Hoy se celebra el día del Niño por Nacer.
La mirada se dirige a Jesús que fue concebido, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. Desde la celebración de este hecho se proclama el valor y la dignidad de toda vida naciente, que implica su defensa y cuidado desde la concepción.
No se trata de un hecho religioso sino humano, es la ciencia la que determina la existencia de la vida humana; la que expresa la presencia de un nuevo ser con su entidad y autonomía, pero aún en camino hacia su nacimiento. Aquí entra la responsabilidad sea personal, como política o jurídica de la sociedad. El cuidado de la vida se convierte, por lo mismo, en un tema que trasciende la esfera de lo privado.
Hay una suerte de pensamiento light al que adhiere tanto un individualismo liberal, como una izquierda que ha perdido la bandera de la vida en el decir de Norberto Bobbio. Es la misma mujer el mejor testimonio de la vida del niño por nacer. Ellas saben que lo que ha sido concebido existe, y por ello es normal que vivan a la espera de su nacimiento. El que no se lo quiera tener o esperar no determina su existencia ni su dignidad. No hay motivos que alcancen para determinar su muerte. Qué triste es escuchar a quienes argumentando la defensa de la mujer, se olvidan de acompañarlas desde la realidad de esa vida concebida y en el cuidado del niño. Parecería que la libertad y la decisión individual son un valor absoluto que no tiene límites. En este pensamiento coinciden, llamativamente, el individualismo liberal con un progresismo de izquierda.
¿Cuál es la razón de esta coincidencia? Creo que el tema de fondo es una crisis de conocimiento y de juicio sobre lo real, que condiciona, incluso, el mundo de los valores en su objetividad y exigencia moral. Se piensa desde el sujeto sin mayor referencia a lo real, en este caso la vida humana que ya existe. Nos convertimos, con nuestra libre decisión, en un principio de juicio y de sanción inapelable. Estos fundamentos crean una cultura que en su afán de construcción no acepta el límite, con lo que implica de asumir la naturaleza de la realidad y las consecuencias de un hecho que tiene una existencia y una dignidad independiente de mi juicio. A veces pienso que actuamos con una libertad cautiva de nuestros propios deseos, que ha perdido la capacidad moral de escuchar lo que existe fuera de nosotros. La libertad como expresión de la dignidad humana no es un fin en si mismo, ni un instrumento de dominio, sino un camino, que en el ejercicio de la realización del hombre, debe ser iluminado por la verdad y el bien.
Este modo de pensar va formando una cultura con ideales, me atrevería a decir de baja intensidad, en la que se exaltan los derechos individuales pero no así las obligaciones. Estas reflexiones no quieren ser un juicio a esa chica que se encuentra en dificultad ante su embarazo, pero sí a la cultura de una sociedad que ha hecho del relativismo un estilo que debilita el sentido y la exigencia moral del actuar. El tema de la vida tiene, tanto para la madre como para la sociedad, el componente de una alteridad única e irrepetible que no es reducible a nuestro deseo y decisión, sino que reclama desde su dignidad y fragilidad, respeto y acompañamiento.
El nivel de una cultura, como obra de la actividad y del genio del hombre, depende del respeto al orden del ser que se manifiesta a través de las notas que lo expresan: la verdad, el bien y la belleza. Esto, que puede parecer abstracto o lejano a la realidad, tiene mucho que ver con el fundamento de la vida, la existencia y respuesta al mundo de los valores, como el sentido y vigencia de la justicia en la sociedad. El orden del actuar supone el orden del ser.
Las ideas no son ingenuas o neutras, ellas van creando una mentalidad que determina y justifica comportamientos. La crisis de pensamiento es más grave, por ello, que una crisis económica o jurídica.
Frente a ese repetido coro, decía, que se presenta como solidario con la mujer que se encuentra ante la dificultad de un embarazo, qué distinta y qué noble es la actitud de quienes se acercan para acompañarla y buscar, incluso, soluciones para el niño por nacer. Gracias a Dios esto existe, y lo considero una riqueza de nuestro pueblo, pero no siempre se encuentra, lamentablemente, en su clase dirigente. No se puede negar la dificultad que puede presentar un embarazo, pero tampoco proponer soluciones que atenten contra el primer derecho humano, como es el derecho a la vida. Esto hace a la salud humana y espiritual de la sociedad. Aquí entra el papel de la ley como tutela de los derechos e instrumento de la justicia, pero también con su valor pedagógico y ejemplar. Estos temas por su trascendencia necesitan de una reflexión filosófica, científica y moral de quienes tienen la grave responsabilidad en la elaboración de las leyes, como de su cuidado y aplicación.
Quiero elevar una plegaria por todas las madres que en estos días acompañan a sus niños por nacer, para que descubran y vivan a la espera de una vida que es única, pero que aún necesita de su cuidado. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor, que fue concebido en el seno María Santísima.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
La mirada se dirige a Jesús que fue concebido, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. Desde la celebración de este hecho se proclama el valor y la dignidad de toda vida naciente, que implica su defensa y cuidado desde la concepción.
No se trata de un hecho religioso sino humano, es la ciencia la que determina la existencia de la vida humana; la que expresa la presencia de un nuevo ser con su entidad y autonomía, pero aún en camino hacia su nacimiento. Aquí entra la responsabilidad sea personal, como política o jurídica de la sociedad. El cuidado de la vida se convierte, por lo mismo, en un tema que trasciende la esfera de lo privado.
Hay una suerte de pensamiento light al que adhiere tanto un individualismo liberal, como una izquierda que ha perdido la bandera de la vida en el decir de Norberto Bobbio. Es la misma mujer el mejor testimonio de la vida del niño por nacer. Ellas saben que lo que ha sido concebido existe, y por ello es normal que vivan a la espera de su nacimiento. El que no se lo quiera tener o esperar no determina su existencia ni su dignidad. No hay motivos que alcancen para determinar su muerte. Qué triste es escuchar a quienes argumentando la defensa de la mujer, se olvidan de acompañarlas desde la realidad de esa vida concebida y en el cuidado del niño. Parecería que la libertad y la decisión individual son un valor absoluto que no tiene límites. En este pensamiento coinciden, llamativamente, el individualismo liberal con un progresismo de izquierda.
¿Cuál es la razón de esta coincidencia? Creo que el tema de fondo es una crisis de conocimiento y de juicio sobre lo real, que condiciona, incluso, el mundo de los valores en su objetividad y exigencia moral. Se piensa desde el sujeto sin mayor referencia a lo real, en este caso la vida humana que ya existe. Nos convertimos, con nuestra libre decisión, en un principio de juicio y de sanción inapelable. Estos fundamentos crean una cultura que en su afán de construcción no acepta el límite, con lo que implica de asumir la naturaleza de la realidad y las consecuencias de un hecho que tiene una existencia y una dignidad independiente de mi juicio. A veces pienso que actuamos con una libertad cautiva de nuestros propios deseos, que ha perdido la capacidad moral de escuchar lo que existe fuera de nosotros. La libertad como expresión de la dignidad humana no es un fin en si mismo, ni un instrumento de dominio, sino un camino, que en el ejercicio de la realización del hombre, debe ser iluminado por la verdad y el bien.
Este modo de pensar va formando una cultura con ideales, me atrevería a decir de baja intensidad, en la que se exaltan los derechos individuales pero no así las obligaciones. Estas reflexiones no quieren ser un juicio a esa chica que se encuentra en dificultad ante su embarazo, pero sí a la cultura de una sociedad que ha hecho del relativismo un estilo que debilita el sentido y la exigencia moral del actuar. El tema de la vida tiene, tanto para la madre como para la sociedad, el componente de una alteridad única e irrepetible que no es reducible a nuestro deseo y decisión, sino que reclama desde su dignidad y fragilidad, respeto y acompañamiento.
El nivel de una cultura, como obra de la actividad y del genio del hombre, depende del respeto al orden del ser que se manifiesta a través de las notas que lo expresan: la verdad, el bien y la belleza. Esto, que puede parecer abstracto o lejano a la realidad, tiene mucho que ver con el fundamento de la vida, la existencia y respuesta al mundo de los valores, como el sentido y vigencia de la justicia en la sociedad. El orden del actuar supone el orden del ser.
Las ideas no son ingenuas o neutras, ellas van creando una mentalidad que determina y justifica comportamientos. La crisis de pensamiento es más grave, por ello, que una crisis económica o jurídica.
Frente a ese repetido coro, decía, que se presenta como solidario con la mujer que se encuentra ante la dificultad de un embarazo, qué distinta y qué noble es la actitud de quienes se acercan para acompañarla y buscar, incluso, soluciones para el niño por nacer. Gracias a Dios esto existe, y lo considero una riqueza de nuestro pueblo, pero no siempre se encuentra, lamentablemente, en su clase dirigente. No se puede negar la dificultad que puede presentar un embarazo, pero tampoco proponer soluciones que atenten contra el primer derecho humano, como es el derecho a la vida. Esto hace a la salud humana y espiritual de la sociedad. Aquí entra el papel de la ley como tutela de los derechos e instrumento de la justicia, pero también con su valor pedagógico y ejemplar. Estos temas por su trascendencia necesitan de una reflexión filosófica, científica y moral de quienes tienen la grave responsabilidad en la elaboración de las leyes, como de su cuidado y aplicación.
Quiero elevar una plegaria por todas las madres que en estos días acompañan a sus niños por nacer, para que descubran y vivan a la espera de una vida que es única, pero que aún necesita de su cuidado. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor, que fue concebido en el seno María Santísima.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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