miércoles, 17 de febrero de 2010

Carta de nuestro arzobispo para esta Cuaresma







Queridos hermanos:


1 – El espíritu de conversión, propio del tiempo de Cuaresma, es un signo de vida y de crecimiento espiritual en el cristiano como en la Iglesia. En él se manifiesta la vivencia de la fe como encuentro personal con el proyecto de Dios realizado en Jesucristo. Cuando en el cristiano falta espíritu de conversión su fe se adormece y su vida pierde el dinamismo de ser un camino que nace en la pascua de Cristo, y que avanza hacia una plenitud de Vida que da sentido a su esperanza.


2 - Cuánta confianza nos trasmite san Juan al decirnos que: “desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste (concluye), seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn. 3, 2). El espíritu de conversión renueva esta verdad de la fe que da sentido a nuestras vidas y nos convierte, para el mundo, en presencia viva de Jesucristo: “Cristo en ustedes, nos dirá Pablo, es la esperanza de la gloria” (Col. 2, 27).


3 – La plenitud escatológica de la fe no es sólo creer en un más allá, sino la vivencia actual de esa plenitud vivida como gracia que ya ha comenzado a transformar la vida del hombre y que es, para nosotros, verdad, desafío y compromiso. Cuando descuidamos esta dimensión escatológica de la fe, nuestras vidas, comunidades y la misma Iglesia, pierden el dinamismo de sentirse parte de ese proyecto de Dios y nos instalamos en un presente, para el que dejamos de ser testigos de una Vida Nueva.


4 - El espíritu de conversión, por el contrario, es el que nos lleva a vivir con gozo esa tensión de plenitud propia de un auténtico crecimiento personal y eclesial. La conciencia de esta verdad no nos aísla del mundo, porque es precisamente el mundo el destinatario de ese proyecto de Dios al que: “tanto amó que le envío a su Hijo” (Jn. 3, 16-17). Creo que este breve marco teológico nos puede ayudar a comprender y a vivir el sentido de la conversión, como camino de gracia y purificación que Cristo nos ofrece en la Iglesia para nuestro crecimiento y al servicio del mundo.


5 - Para el cristiano la conversión dice referencia a una Persona y a un proyecto de vida que tiene, en esa misma Persona, su fundamento, contenido y posibilidad. Es precisamente por la fe, que se apoya en el testimonio y la palabra de Jesucristo, la que nos ilumina y nos permite conocer y gustar el sentido de esta verdad. “Que te conozca a Ti, Señor, para que me conozca a mí”. Antes de mirarnos a nosotros debemos mirarlo a Él para conocernos y saber en que debemos cambiar.


6 - Cómo debemos agradecer el don de la fe que nos introduce en este camino de sabiduría que ilumina nuestras vidas. A la fe la debemos cuidar y alimentar por ser el don más precioso que hemos recibido; recordemos, además, que ella no es un bien sólo para nosotros, sino para el mundo. Por otra parte, la fe no se conserva como un conjunto de verdades bien guardadas de la que hacemos gala de nuestra identidad y ortodoxia, sino en la pertenencia a una comunidad eucarística que la celebra y anuncia. Sólo como “una victoria que vence al mundo” (1 Jn. 5, 4) es posible mantener viva a la fe. Ese mundo al que hay que vencer puede estar dentro de nosotros.


7 - Les decía que en Jesucristo está el contenido y la posibilidad de nuestra conversión, porque su meta es: “que lleguemos al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Como nos recordaba el Concilio Vaticano II, sólo a la luz del misterio de Cristo se explica el misterio del hombre (cfr. G.S.). Por ello la conversión cristiana es un camino de encuentro con Jesucristo, pero que sólo es posible recorrerlo con su presencia, es decir, no depende sólo de nuestras fuerzas.


8 – Esto significa que la posibilidad de hacer realidad este proyecto de Dios pasa por el don de la gracia que nos eleva y transforma. Esto no niega el esfuerzo humano ni el valor de la voluntad en el camino de la conversión, pero nos habla de la necesidad de la gracia para alcanzar esa meta a la que estamos llamados. Recuerdo a san Agustín cuando decía: Señor, dame como gracia lo que me pides, y después pídeme lo que quieras”. La primacía de la gracia, lejos de disminuir el valor de lo humano, necesita de él. Esta relación entre lo humano y lo divino, entre la naturaleza y la gracia, alcanza su mayor expresión en la conversión.


9 – Tanto en Aparecida, como en la reciente Carta Pastoral de los Obispos con ocasión de la Misión Continental, el tema de la conversión se presenta como una necesidad y una urgencia en orden a expresar la dimensión misionera de los cristianos y de la Iglesia. Esta dimensión no es algo individual sino eclesial, por ello se habla de “conversión pastoral”, para acentuar el sentido personal pero también eclesial de la conversión. Esto se plantea como el gran desafío que debemos asumir.


10 – La conversión es la respuesta “de quién ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu Santo, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir” (Ap. 278). Se trata de un cambio totalizante, es decir, toda nuestra vida está llamada a ser transformada por Jesucristo. La conversión es reorientar nuestro corazón hacia él y desde él organizar nuestra vida, porque en él hemos descubierto que somos parte única y personal del proyecto de Dios.


11 – Qué significa en Aparecida hablar de conversión pastoral? Ella entiende que es un pasar: “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (Ap. 370). Así será posible, concluye, que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial” (NMI. 12). Con este espíritu de conversión la Iglesia se manifestará en cada comunidad: “como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”. Esta vida de la Iglesia debería hacerse visible en cada uno de nosotros.


12 - La dimensión misionera, como parte de la conversión pastoral, no se refiere a puntos o actividades concretas, sino a un espíritu que debe impregnar la vida y los planes de todos, sean sacerdotes, religiosos o laicos, como así también las instituciones de la Iglesia. Es cierto que se nos habla de una Misión Continental, pero vista como un estado permanente y no como algo que se hace y termina. Recuperar en la Iglesia el espíritu de misionero es una meta y una consecuencia de la conversión pastoral, como lo presenta Aparecida.


13 - La vida actual nos lleva a vivir un tanto encerrados, y tal vez dispersos, en nuestro pequeño mundo y a vivir de necesidades creadas que nos tienen atrapados como consumidores. El Evangelio no puede quedar atado a este esquema de privatización. Jesucristo siempre debe ser anunciado, esto implica una cierta ruptura y olvido de cosas secundarias. Una de las dudas que se planteaba en Aparecida es si estamos como Iglesia en condiciones de asumir semejante desafío. Por ello el tema de la conversión es una clave de lectura para este documento.


14 - Creo que debemos volver a la certeza y a la mística de las primeras comunidades cristianas, en las que aún resonaba con fuerza aquella reflexión del Apóstol: “Cómo van a invocar a Dios sin creer en él? Y cómo van a creer, sin haber oído hablar de él? Y cómo van a oír hablar de él, si nadie lo predica? Y quiénes lo predicarán, si no son enviados?” (Rom. 10, 14-15). La presencia de un espíritu misionero es un signo elocuente de que la Iglesia vive su verdad, desde su fidelidad al mandato del Señor.


15 - Ahora bien, esta conversión pastoral tiene que encarnarse en cada uno de nosotros, pero también en cada institución. La reciente Carta de los Obispos presenta esta realidad en los siguientes términos: “La conversión pastoral se expresa en la firme intención de asumir el estilo evangélico de Jesucristo en todo lo que hacemos. Estilo que exige, del evangelizador, la acogida cordial, la disponibilidad, la pobreza, la bondad y la atención a las necesidades de los demás (cfr. Mt. 10, 5-10)”. Se vuelve a poner a Jesucristo como centro y medida de la conversión.


16 – Al hablar de recuperar un estilo evangélico en el marco de la conversión, no hay duda: “que este término (conversión) está vinculado a errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes pastorales que hay que abandonar para que la transmisión del evangelio sea más fecunda” (13). Qué importante es reconocer nuestros errores personales y en la vida de la Iglesia, y no quedarnos tranquilos pensando que la culpa está fuera de nosotros.


17 – Cuando Aparecida habla de los que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos, dice que no lo hacen por lo que los otros creen: “sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales…” (Ap. 225). Es decir, no han encontrado en la Iglesia respuestas a sus inquietudes. Esto nos debe llevar a preguntarnos y a revisar, concluye, el nivel de nuestras comunidades en cuatro ejes: “La experiencia religiosa… la vivencia comunitaria... la formación bíblico-doctrinal... el compromiso misionero de toda la comunidad” (Ap. 226). Como vemos, nos presenta en estos ejes todo un proyecto de revisión personal y eclesial que exige una madura disposición de cambio.


18 – Al buscar definir ese “estilo evangélico”, la Carta de los Obispos afirma que: “pasa por el modo de relacionarnos con los demás” (15). Lo importante es la calidad del vínculo que esa relación crea con el otro, para que podamos trasmitir las actitudes de Jesús. Pone el ejemplo del pasaje de ciego de Jericó (cfr. Mc, 10, 46-52), en el que el espacio que abrió Jesús para compartir el dolor creó un vinculo nuevo, y concluye señalando que el ciego: “lo siguió por el camino”. No se trata de proponer una idea, sino de abrirnos en un testimonio de disponibilidad y anuncio.


19 - La novedad de esta conversión pastoral estaría en poner el acento en lo vincular, en el crear relaciones nuevas, para que los programas pastorales dice: “no terminen siendo máscaras de comunión” (17), o estructuras carentes de vida. Por ello va a concluir con un consejo de profunda sabiduría evangélica: “Antes de la organización de tareas, importa el “como” las voy a hacer, el modo, la actitud, el estilo. Así entonces las tareas son herramientas de un estilo comunional, cordial, discipular, que transmite lo fundamental: la bondad de Dios”.


20 – Esto que es fácil de expresar, no siempre es fácil hacerlo realidad. Ello supone aquel espíritu de conversión que es un signo de vida y crecimiento en el cristiano y en la Iglesia. Tenemos que volver a hablar de ese dinamismo espiritual que tiene a la santidad como ideal. El peligro está en acostumbramos y justificamos en que somos así, dejando de aspirar a ese: “estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). La sana disposición de cambio como principio de conversión, es un signo de la presencia del Espíritu que busca identificarnos a Jesucristo.


21 – Pongo en manos de María Santísima, nuestra Madre de Guadalupe, esta meditación para que Ella nos acompañe como Iglesia en este Tiempo de Cuaresma. Una fecunda celebración de la Pascua necesita de una auténtica conversión. Aprovechemos este tiempo, que es tiempo de gracia y purificación. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo,

arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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