sábado, 10 de octubre de 2009

Día de las misiones


Este domingo celebramos el Día de las Misiones. Parecería que no es necesario que la Iglesia dedique un día a hablar de las Misiones cuando ella es esencialmente misionera. Toda su vida es Misión. Es más, ella recibió del mismo Jesucristo el mandato de predicar el Evangelio por todo el mundo (cfr. Mt. 28, 18-20). El fijar un día tiene, sin embargo, algo de pedagógico porque nos ayuda a reflexionar y actualizar el contenido y el compromiso de esta dimensión misionera.
Recordemos que el primer misionero es Jesucristo: para esto he venido, nos dice, para comunicarles la Vida de Dios. La Misión tiene su fuente primera en Dios Padre que envía a su Hijo, su contenido y estilo en el mismo Jesucristo, y su fuerza en el don del Espíritu Santo.
Esta Vida Nueva que Dios nos comunica por su Hijo abarca a la totalidad de la vida del hombre, y se convierte en principio de recreación para todo el universo. Es decir, si bien esta Vida Nueva actúa directamente sobre el hombre, desde él ella ilumina y da sentido a todas sus relaciones, sea con Dios, con sus hermanos, como con la misma naturaleza. El camino de Dios es siempre el hombre. Aquí vemos su gran responsabilidad: un mundo nuevo necesita de hombres nuevos. La Misión es comunicación de la misma Vida de Dios, que nos hace “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe. 1, 4). El origen de la Misión es el amor de Dios, su camino Jesucristo y el destinatario el hombre. La Iglesia nos hace presente este camino de Jesucristo.
Como dice Aparecida la Misión es al “servicio de la vida plena”. No se puede entender la Misión sino miramos al hombre concreto en su misma realización, es decir, en su vida personal, familiar, social y cultural. “Yo he venido, nos dice Jesucristo, para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn. 10, 10). A esta Vida la recibimos por la fe a través de su Palabra y de los Sacramentos, que nos introducen en una vida de comunión con Jesucristo al servicio de nuestros hermanos. Por otra parte, Dios “no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud vital, porqué Él ama nuestra felicidad” (Ap. 355). La Misión, por lo mismo, está al servicio de una vida plena para todos.
Aquí llegamos a un punto en el que tenemos que reconocer que “las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpela a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas (Ap.358). Esto también forma parte de la Misión de la Iglesia, porque en “la propuesta de Jesucristo, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos” (Ap. 361). En esto vemos la profunda relación que existe entre vida de Dios y amor al prójimo. “Cómo puede amar a Dios a quién no ve, el que no ama a su hermano, a quién ve”, nos dice san Juan (1 Jn. 4, 20).
Pensemos que sólo conservamos aquello que somos capaces de entregar y compartir, esto vale también con nuestra fe en el Dios de la Vida. El espíritu de misión es el que nos permite conservar y acrecentar la presencia de Dios en nosotros. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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