viernes, 2 de abril de 2010

VIERNES SANTO


El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico.

El altar deber estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles.

Después del mediodía, alrededor de las tres, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión.

Lectura del libro del profeta Isaías 52, 13-15; 53, 1-12 El fue traspasado por nuestros crímenes
Segunda Lectura: Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9 Aprendió a obedecer y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-40; 19, 1-42

En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor.
Crucifixión de JesúsSe terminó la cena en que el Señor Jesús instituyó la Santísima Eucaristía y era ya entrada la noche. Desde este momento hasta las tres de la tarde del día siguiente llevó a cabo el Señor la grande obra de nuestra Redención con sus grandísimos sufrimientos, esto es, su santísima Pasión.


Dice el Sagrado Evangelio que terminado el himno se dirigió Jesús con sus Apóstoles al huerto en donde tuvo aquella profundísima oración para que aprendiésemos nosotros la manera de hacerla, y así te puedes preguntar, ¿cómo hago yo la oración? ¿La he descuidado alguna vez? ¿mi oración es como la de Jesús confiada, humilde y perseverante?


A la oración del huerto siguió la traición de Judas, después el Señor fue preso como un facineroso. Es llevado por diversos tribunales lloviendo sobre su Divina Persona acusaciones falsas y por lo mismo sin fundamento alguno. Él, que es la misma inocencia es condenado a los azotes y a la coronación de espinas. Piensa, corazón mío, que con el pecado has hecho traición al mejor amigo que es Jesús, tus faltas, alma mía, han sido los azotes que han abierto sus sagradas venas y tus pensamientos frívolos y pecaminosos las espinas que lo han atormentado. ¿No sientes en tu corazón pena por haber correspondido con tanta ingratitud? Si no puedes otra cosa llora a los pies de Jesús el tener un corazón tan insensible a su Amor.


El procurador romano Poncio Pilato da, por cobardía, sentencia de muerte contra Jesús. Seguidamente le cargan aquella pesada y dolorosa Cruz que representa el peso de nuestros pecados y sigue penosamente aquella Vía Sacra o Vía Crucis, Camino Sagrado o Camino de la Cruz, camino que se dignó santificar con su paso subiendo aquella pendiente hasta llegar a la cumbre del Calvario, en donde desnudado de sus vestiduras, es extendido en la Cruz, siendo sus pies y manos taladrados con durísimos clavos. Por fin, levantando en alto, mira cómo de las heridas de sus pies y manos manan abundantes aquellas fuentes de Sangre Redentora que salta de la Cruz para lavar nuestra alma de las manchas del pecado. Ríndete a sus pies y con corazón contrito y humillado dígale con el Profeta David «Rocíame, Señor, con tu sangre y seré limpio, lávame con Ella, y quedaré más blanco que la nieve».


De los labios del Divino Maestro brotan siete misteriosas palabras dignas todas de ser meditadas, pero en particular recuerda aquella con que nos da a María por Madre. En virtud de esta donación todos nosotros somos hijos de María, de manera que bien podemos decir con San Estanislao de Kotska, «La Madre de Dios es mi Madre», y ahora di, si tú eres hijo de María ¿tus obras son dignas de tal Madre? ¿Amas de veras a María? ¿Le rezas por mañana y por la noche? ¿Te esfuerzas en imitar las virtudes de tan excelsa Señora?


Por fin mira a Jesús en el estertor de la agonía y que haciendo un supremo esfuerzo, con voz clamorosa, dice: «Consummatum est» todo está acabado, todo se ha cumplido, e inclinando la cabeza expiró. Al momento toda la naturaleza muestra su sentimiento, el sol se eclipsa, la luna se tiñe de sangre, aparecen las estrellas, se parten las peñas, se abren los sepulcros, resucitan algunos muertos, el velo del Templo se divide y si, en vista de tanta maravilla, tu corazón no se parte de dolor por haber ofendido tantas veces al Amor llora por tenerlo más duro que el pedernal. Y con razón puedes temer porque el corazón duro lo pasará mal en la hora postrera.
Finalmente, un soldado lanza en ristre, hiéndela en su sagrado pecho y atraviesa su Corazón. Fija en Él tu mirada y contempla el Corazón, que tanto te ha amado, abierto por la lanza y... ¿no llorarás tú de compunción por haberlo tantas veces lacerado con el hierro del pecado? ¡Oh Corazón de mi adorable Redentor! Pésame una y mil veces de haberte ofendido y lloro con lágrimas de sangre mis pasadas iniquidades. ¡Basta de pecados, basta de ingratitudes! ¡Oh, buen Jesús, ten compasión de mí y oye mi súplica! Una gota de esa Sangre que brota de tu Sagrado Corazón caiga sobre mi alma para purificarla, sobre mi corazón para lavarlo y sobre mi mente para iluminarla y ahora permíteme que contrito te rece tres Padrenuestros.

Por la Cruz con que me has redimido, líbrame de los enemigos de mi salvación.
Por la corona de espinas que atormentó vuestras sienes, dadme valor para vencer mis pasiones.
Por la abertura de tu Corazón ábreme, Señor, la puerta de la celestial Jerusalén después de mi muerte para recibir el eterno galardón de la Gloria. Amén.

A los pies de Jesucristo muerto, ante la hermosura afeada, la lumbre oscurecida y la vida muerta, pensemos en las palabras que en el primer Viernes Santo de la Historia pronunció desde la Cátedra divina el Maestro del Cielo. Todas están llenas de misteriosas enseñanzas. Podemos considerarlas en su conjunto, o bien detenernos en alguna por ser más apta para movernos a la enmienda de nuestra vida; tal es aquella con la que manifestaba Jesucristo que tenía sed. No es, como podía parecer, palabra de queja: es palabra de súplica, es un ruego que nos hace nuestro Divino Redentor. Unos momentos antes de expirar, nos llama Jesucristo a todos los hombres al decir: «tengo sed»; sed ansiosa de que todos los hombres vayan a Él para llenarse de sus tesoros celestiales. Unos hoy todavía no lo pueden oír; porque están aún muy lejos.


Son los que esperan que se les enseñe el camino que conduce a la salvación; otros se han alejado del sediento divino, o porque siguen ciegamente sus pasiones o porque no han visto verdadera caridad en los cristianos; otros le han oído, pero no han atendido a su ruego, a pesar de ser ruego de moribundo, y al mismo tiempo ruego de Redentor; y por esto se afanan tanto en adquirir y en retener las cosas vanas de este mundo.
Pues hoy es un día muy apto para volvernos todos a Jesucristo nuestro Maestro, y para prometerle enmendarnos y ayudar a los que viven lejos de la sombra de la Cruz redentora. Acerquémonos a recibir el perdón de los pecados a los pies de Dios, que muere entre dolores, para que nosotros vivamos para siempre entre delicias, y aplaquemos hoy la sed que tiene de nuestra caridad, de nuestra vida austera, de nuestra pureza y de nuestro amor.

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