jueves, 1 de abril de 2010

JUEVES SANTO


El Convite divino del Amor


Institución de la Eucaristía

Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14

Prescripciones sobre la cena pascual

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 11, 23-26

Cada vez que comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 13, 1-15Los amó hasta el extremo
Muchas veces nos hemos trasladado con el pensamiento y con la imaginación a los parajes y a los tiempos en que vivió Jesucristo en este mundo; pero hoy sentimos esta necesidad con mayor ímpetu. Nuestro corazón y nuestro pensamiento en este día no pueden alejarse del Santo Cenáculo, que quedó perfumado con las palabras eucarísticas que pronunció Jesucristo allí, en la misma noche en que era entregado a la muerte.

En aquel sagrado recinto vemos al Maestro rodeado de sus doce apóstoles, junto a una mesa cubierta con blanco mantel, y le vemos tomar el pan y el cáliz en sus venerables manos sacerdotales para convertirlos en su cuerpo y en su sangre divina.

Jesucristo hoy parece ser Dios, por su poder, por el dominio de su pena interior, por el infinito amor con que responde a la soledad silenciosa de los sagrarios, a los sacrilegios de los blasfemos, y a la tibieza de los malos cristianos que le reciben indiferentes.

Nosotros, ante su rostro transfigurado, ante sus ojos llenos de pesadumbre y ante su Corazón dolorido, adorémosle rendidamente, y supliquémosle que nos aliente con su Eucaristía, para recorrer el camino de la vida; que nos consuele con su Compañía en el Sagrario, y que nos acompañe en el Santo Viático para pasar de este mundo dignamente a nuestra eternidad.

Tanto fue el amor que nos tuvo nuestro adorable Redentor que antes de ir al Padre quiso darnos una prueba del ardentísimo afecto que su Corazón sentía por nosotros instituyendo el augusto Sacramento del Altar que es misterio de amor.

Después de aquella sentida escena del lavatorio de los pies, con que nos quiso manifestar la pureza de alma del que ha de recibirle en este Sacramento, reunidos los doce en aquella mesa, tomó Jesús el pan y levantando los ojos al cielo, lo bendijo diciendo: «Esto es mi cuerpo» y tomando el Cáliz con vino, lo bendijo añadiendo: «Esto es el Cáliz de mi sangre» y distribuyó seguidamente su Cuerpo y Sangre a sus amados discípulos, terminando con estas memorables palabras: «Cuantas veces esto hicierais, hacedlo en mi memoria».

Cabe reflexionar aquí y recordar el amor grande con que estaba abrasado el Corazón de Jesús hacia nosotros quedándose en el Sagrario bajo las especies Sacramentales de pan y vino e instituyendo el Sacerdocio para que cuantas veces el que ha sido legítimamente ordenado Sacerdote, que es representante suyo, dijere aquellas sagradas palabras sobre el pan de trigo y el vino de vid quedara transubstanciado, esto es, las substancias de pan y vino quedan convertidas en su Cuerpo y Sangre Santísimos.

No nos olvidemos, pues, de recibir en día tan memorable el Cuerpo del Señor, si lo permiten nuestras ocupaciones, pero recordemos que el lavatorio de los pies representa la purificación de nuestra alma antes de sentarnos en la mesa Eucarística. Con corazón puro y contrito puedes presentarte a este Sagrado Convite recibiendo con todo fervor y reverencia al Cordero Inmaculado, Cristo Jesús. Ámale tú con toda tu mente y corazón; adórale y ofrécele a servirle en todo momento. ¿Le has recibido siempre en buenas disposiciones? ¿Amas de veras al Amor que tanto te ha amado?

Quiere la Iglesia Santa que recordemos en el día de Jueves Santo este misterio de la Institución de la Divina Eucaristía y prescribe que solemnemente sea colocado este Sacramento en Altares bien adornados para ser visitado y adorado por todo el pueblo fiel concediendo el mismo tiempo indulgencias especiales a los que se dignan visitarle recorriendo los Monumentos. Pero cuida que tus visitas sean fervorosas y devotas, que esto es lo que espera de ti el Amor de los Amores y que te aguarda con los brazos abiertos para abrazarte y bendecirte. ¿Amas al Amor? Y si es así, ¿le amas de veras? ¿te olvidarás de visitar al Amado?
Con todo fervor rézale al Corazón Eucarístico de Jesús tres Padrenuestros y dile con todo el afecto de tu alma:

¡Señor! Por vuestra gran misericordia lavad mi alma de todas sus iniquidades.

¡Señor! Os pido la conversión de tantos Judas que cometen sacrilegios recibiendo vuestro Cuerpo en malas disposiciones.

¡Señor! Para que vuestros Sacerdotes sean cada día más santos, que celen por vuestra gloria y lleven vuestro pueblo por los caminos de la Santidad.



Siete meditaciones para visitar los Monumentos

Oración preparatoria

Dulcísimo Jesús mío Sacramentado, que habiendo amado a los tuyos los amaste hasta el fin, según expresión del Evangelio, dirige una mirada de misericordia sobre mí, pobre pecador, que, movido por los impulsos de tu gracia, vengo a visitar los Monumentos, donde, en el día de hoy y en memoria de la institución de la Eucaristía, Sacramento de tu amor, coloca la Iglesia tan augusto Sacramento, para que sea por los fieles adorado. Concédeme, Señor, que de estas visitas saque yo los frutos apetecidos y la gracia necesaria para que, enamorado de tan augusto Sacramento, manantial de verdadera vida, le reciba siempre, y sobre todo a la hora de la muerte, con las disposiciones debidas para que produzca en mi alma frutos de vida eterna. Amén.

Primera Estación
¡Amabilísimo Jesús, que permitiste a Juan, tu discípulo amado, reclinar la cabeza sobre tu pecho amantísimo, para que aprendiera por los latidos de tu Sacratísimo Corazón el mucho amor que nos tenías!. Concédeme, Señor, que al hospedar en mi pecho al Sacramento augusto, que oculto en este Sagrario he venido hoy a adorar, sienta inflamado mi pobre corazón con las llamas del amor divino, que me purifiquen por completo de mis culpas y satisfagan de algún modo por mi pasada tibieza. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Segunda Estación

¡Divino Maestro de las almas, que al encontrar en la calle de la Amargura a las santas mujeres, que lloraban tu desdichada suerte en la Pasión, les dijiste que llorasen por sí mismas y por sus hijos, enseñándonos a todos con estas palabras cuánto nos conviene llorar nuestros pecados por los cuales tú padecías!.
Dame, Señor, lágrimas inagotables con que lave yo mis muchas faltas, y luz suficiente para que llegue a comprender tus enseñanzas. Amén. Padrenuestro, Ave María, Gloria. Tercera Estación¡Jesús misericordioso, que premias a la Verónica la caridad de que usó contigo, dejando impresa en su manto tu faz divina!. Imprime, Señor, en mi alma la imagen de tu amor, que encerrado se halla en ese Sagrario, donde se oculta a mis miradas la Sagrada Eucaristía, y concédeme que al unirse contigo mi alma, cuando por medio de la Comunión santa te reciba, queden en ella grabadas de tal modo tus perfecciones, que no puedan borrarse de ella mientras viva. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Cuarta Estación.
Bondadosísimo Jesús, que permitiste al Cireneo te ayudase a llevar la Cruz, camino del Calvario!. Tú, Señor, que eres pan de los fuertes, ayúdame a mí, dando fuerza a mi alma por medio del alimento divino de la Eucaristía, que aquí adoro, para poder llevar la pesada cruz de mis pecados hasta la cima del monte de la penitencia, desde donde purificada por completo pueda volar a gozar de tu presencia.

Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Quinta Estación
¡Jesús mío amantísimo, que antes de morir quisiste preparar y fortalecer el corazón de tus Apóstoles, dándoles el alimento divino de tu sagrado Cuerpo y la bebida de tu Sangre preciosísima! Concédeme, Señor, ya que tu bondad y misericordia divina me permiten, aunque indigno, alimentarse de tan celestial maná, el que mi alma adquiera tal virtud y fuerza que sepa rechazar siempre los ataques de sus enemigos y sufrir resignada las penas y contratiempos de esta vida. Amén.

Sexta Estación
¡Benignísimo Jesús, que, con el deseo de permanecer entre nosotros, das facultad a los Sacerdotes para que conviertan el pan en tu Cuerpo, y en tu Sangre el vino!.
Concede luz a los ojos de mi fe para que adore siempre reverente tan consolador Misterio, y agradecimiento a mi alma para que, encendida en tu amor, no te abandone nunca mi memoria en la soledad del Sagrario.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Séptima Estación
¡Oh Jesús, encerrado por mi amor en el estrecho recinto del Sagrario!
No permitas, Señor, que mi alma, se disipe saliendo al exterior, sino que, encerrada en los límites de su deber, sepa imitar tu vida oculta de Nazaret; evitando de este modo los mil peligros que el mundo ofrece a los que a él se entregan. Concédeme, Señor, la guarda de mis sentidos para tener siempre pura y tranquila mi conciencia y que mi corazón sea en todo tiempo, y sobre todo a la hora de mi muerte, digno de recibirte y Sagrario agradable a tu amor. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

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