DÍA DEL MAESTRO
Hoy, 11 de septiembre, celebramos el Día del Maestro. Quiero, desde el Evangelio, hacerles llegar mi palabra de reconocimiento y gratitud. Todos nos sentimos deudores de su presencia en nuestras vidas, porque han marcado momentos únicos y decisivos en nuestro crecimiento cultural y espiritual. La figura del maestro forma parte de esa realidad fundante que, junto a la familia, nos han ayudado a gustar y definir las líneas que orientaron el camino de nuestra vida. La educación, a través de la mediación del maestro, da unidad a esa totalidad de conocimientos y actitudes que la escuela nos comunica.
La presencia del maestro participa de esa sabiduría que nos permite distinguir en lo diverso la unidad de un auténtico camino de desarrollo personal. Los veo, por ello, como una referencia moral y docente que debemos valorar, agradecer y cuidar, porque son parte de nuestra historia y de nuestra responsabilidad educativa. El maestro no es el encargado de contener chicos ni de una guardería, sino una expresión privilegiada de la sociedad en la trasmisión de valores y conocimientos.
En el maestro se da una relación muy íntima y fecunda entre la vocación y la profesión. A la vocación la considero en la línea de lo que da sentido a una vida. A la vocación se la descubre y, en un sentido, quedamos atrapados por ella. Ella define y alimenta con su voz única, la vida de quién la ha descubierto. La vocación es la que mantiene vivo ese fuego sagrado que nos permite superar posibles dificultades, al tiempo que se convierte en fuente de plenitud. Por ello, a la vocación al magisterio hay que alentarla y cuidarla, ella nace de una sociedad con ideales que se siente responsable de su futuro. Podemos hablar del trabajador de la educación, porque lo es, pero siempre que ello no debilite lo propio y único que presenta la vocación del maestro, sea en su realización personal como en su riqueza para la sociedad. Esto implica no sólo su reconocimiento social, sino también la justa y jerarquizada remuneración económica de la sociedad.
Como toda vocación necesita de la capacitación para enriquecer su ejercicio. Aquí entra el verdadero sentido del profesionalismo, que es un aspecto necesario en el desarrollo de toda actividad. El magisterio es, también, una profesión que tiene su exigencia de actualización en los diversos aspectos que hacen a la tarea docente. Una vocación sin capacitación se empobrece, por otra parte, cuando la profesión pierde contacto con ese fuego sagrado de la vocación termina siendo algo más, pero que no suma, porque ya no es expresión de aquello que era “único y propio”. Vocación y capacitación son dos aspectos que se ordenan a un mismo fin. No dudo en afirmar, sin embargo, que en el maestro la vocación debe ocupar el lugar más noble y destacado, que la sociedad debe “valorar y cuidar”.
Queridos maestros, reciban en su día junto a mi reconocimiento y afecto por la fecunda labor que realizan, mis oraciones y bendición en el nombre de Jesús, el Maestro Bueno.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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