El pan nuestro de cada día, la multiplicación de los panes. Yo soy el pan de vida, el pan bajado del cielo, desde hace cinco domingos el ambiente evangélico tiene el olor sano, limpio y honrado del pan. Huele a tahona, a boutique de pan.
Sólo cuando aparecen en escena los fariseos entra una bocanada asfixiante de tubo de escape, o como Jesús va a decir el final del párrafo que acabamos de leer y que la liturgia respetuosamente ha omitido de olor a cloaca.
Los fariseos saben no solo que los discípulos comen sin lavarse las manos, sino que cinco mil hombres comieron pan sin lavarse los manos y les preocupa más la ligera falta legal contra una minuciosa orden eclesiástica, que el hambre de cinco mil hombres.
En todos los tiempos ha habido fariseos que con manos limpias han condenado al hambre a una viuda con hijos.
--Fariseos o Pilatos que con manos limpias han firmado una sentencia injusta.
Fariseos que levantan sus manos limpias a Dios para darle gracias por cumplir todos los ayunos, abstinencias y preceptos dominicales, por no ser como el pobre que pide en la puerta de la iglesia.
--Caras largas de reproche que andan buscando el defecto del hermano a aun en la iglesia en qué se pasa o en qué no llega el sacerdote.
Dios es aire puro que nos deja respirar a pleno pulmón, es oxigeno, es olor a pino de montaña, olor a jara, no enrarezcamos el ambiente con un corazón mezquino capaz de hacer encogerse al mismo corazón de Dios.
En realidad esos fariseos de todos los tiempos buscando el cumplimiento de toda tradición humana, poniendo en ello la perfección, lo que buscan es defenderse de Dios, que está sobre toda ley, por que ser amor no puede encerrarse en una ley, que por ser amor exige mucho más que toda ley, porque lo que exige ahora y siempre es el corazón, y el corazón no tiene límites, el que ama nunca puede decir con esto ya he cumplido.
Dios no mira las cosas, mira el corazón, donde se cocina lo bueno y lo malo del hombre. Es notable que Jesús mientras menciona doce productos malos que salen del corazón, no menciona ni uno solo bueno, y es que lo malo es repetitivo, rutinario, no es creativo, sólo aumenta un número, pero estas manzanas de hoy son la misma manzana de los primeros tiempos.
Para el que ama no hay límites en el campo de la bondad, siempre hay cosas nuevas que hacer, siempre nuevos detalles, porque el amor y la bondad vienen de Dios y Dios es infinito en su variedad.
Hoy se habla mucho de higiene, pero hemos descuidado la higiene del corazón.
No son las manos las que hay que limpiar, es nuestro corazón el que tenemos que limpiar y Dios dirá de nosotros lo que Jesús dejó dicho “Benditos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
P. José María Maruri, SJ
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