Hemos asistido últimamente a una discusión sobre la pobreza. A ello se sumó una carta que el Santo Padre nos envió con motivo de la colecta anual de Más por Menos, en la que nos decía que había que reducir “el escándalo de la pobreza”. Este hecho, que ocupó la atención durante unos días, creo que fue bueno si sirvió para plantear la exigencia moral y política de una situación que debemos asumir. No se trata sólo de números de una estadística sino de personas, no hay pobreza hay pobres.
También debemos lamentar la falta de índices objetivos que nos impiden un diálogo serio sobre esta realidad. Esto es, lamentablemente, un signo de pobreza institucional en nuestro país. Lo que no podemos negar, porque sería un acto necio e irresponsable, es que el drama de la pobreza que venía decreciendo, es cierto, pero que ha crecido últimamente. Este hecho que surge de las estadísticas, me lo dice también la gente de Caritas que tiene un contacto personal y permanente con esta realidad.
La pobreza no puede quedar librada a actos de caridad o generosidad individual o de instituciones de bien, sino que se trata de un tema que hace a la justicia social y, por lo ello, pertenece a la sociedad políticamente organizada. La caridad no puede ocupar el lugar de la justicia, sino que la presupone y perfecciona. La pobreza, por otra parte, engendra más pobreza y esto lleva a la marginalidad. Es decir, la falta de medios en la que viven muchas personas a causa de la pobreza las aísla y les impide participar de los bienes de la educación, la salud y el trabajo, disminuyendo sus condiciones psicosociales. Puede parecer exagerado afirmar, pero lo asumo como un juicio que hace el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que la mayoría de los argentinos no logró superar las condiciones de vida de sus padres.
Este debilitamiento en las condiciones psicosociales significa que la pobreza crea dificultades en el hombre para comprender, razonar y queda sometido, por lo mismo, a las condiciones adversas de su entorno. El pobre vive un presente sin capacidad para proyectar ni planificar su propia vida, ni poder enfrentar los problemas de un modo resolutivo, como el proyectar y planificar su propia vida. Existe también una conexión perversa entre la pobreza y la falta de libertad, que hace del pobre alguien sin mayores posibilidades y muchas veces utilizado. Como vemos la pobreza deja de ser un hecho económico para ser principalmente un tema moral y político. Por ello escuchar hablar del escándalo de la pobreza es un juicio que nos duele pero nos hace bien, si sabemos reaccionar con un compromiso moral y de altura política.
Frente a esta realidad que compromete la dignidad del hombre, creo que la mejor respuesta es hablar de la necesidad y el valor de un trabajo digno. La mayor pobreza para el hombre es no tener trabajo y no poder sentirse protagonista de su propia vida y parte activa de la sociedad en que vive. La pobreza que lleva a la marginalidad hace del pobre un ser sin esperanza. Hace de él alguien que está en la sociedad pero que no siente parte de ella y va creciendo con sus propios códigos. Terminamos siendo ajenos, extraños, en nuestra propia casa. Por otra parte, la misma sociedad que los excluye luego, con cierto cinismo, lo juzga en sus fragilidades, incapacidades y consecuencias. Este hecho reclama algo más que actitudes testimoniales individuales, que siempre son necesarias porque elevan la vida moral de la sociedad, me refiero a la necesidad de planes de largo alcance que supone políticas que superan el alcance de un gobierno, porque pertenecen a la nación como Estado. Esta es otra de las pobrezas de nuestra querida Patria.
Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, la bendición de Dios que es Padre de todos.
También debemos lamentar la falta de índices objetivos que nos impiden un diálogo serio sobre esta realidad. Esto es, lamentablemente, un signo de pobreza institucional en nuestro país. Lo que no podemos negar, porque sería un acto necio e irresponsable, es que el drama de la pobreza que venía decreciendo, es cierto, pero que ha crecido últimamente. Este hecho que surge de las estadísticas, me lo dice también la gente de Caritas que tiene un contacto personal y permanente con esta realidad.
La pobreza no puede quedar librada a actos de caridad o generosidad individual o de instituciones de bien, sino que se trata de un tema que hace a la justicia social y, por lo ello, pertenece a la sociedad políticamente organizada. La caridad no puede ocupar el lugar de la justicia, sino que la presupone y perfecciona. La pobreza, por otra parte, engendra más pobreza y esto lleva a la marginalidad. Es decir, la falta de medios en la que viven muchas personas a causa de la pobreza las aísla y les impide participar de los bienes de la educación, la salud y el trabajo, disminuyendo sus condiciones psicosociales. Puede parecer exagerado afirmar, pero lo asumo como un juicio que hace el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que la mayoría de los argentinos no logró superar las condiciones de vida de sus padres.
Este debilitamiento en las condiciones psicosociales significa que la pobreza crea dificultades en el hombre para comprender, razonar y queda sometido, por lo mismo, a las condiciones adversas de su entorno. El pobre vive un presente sin capacidad para proyectar ni planificar su propia vida, ni poder enfrentar los problemas de un modo resolutivo, como el proyectar y planificar su propia vida. Existe también una conexión perversa entre la pobreza y la falta de libertad, que hace del pobre alguien sin mayores posibilidades y muchas veces utilizado. Como vemos la pobreza deja de ser un hecho económico para ser principalmente un tema moral y político. Por ello escuchar hablar del escándalo de la pobreza es un juicio que nos duele pero nos hace bien, si sabemos reaccionar con un compromiso moral y de altura política.
Frente a esta realidad que compromete la dignidad del hombre, creo que la mejor respuesta es hablar de la necesidad y el valor de un trabajo digno. La mayor pobreza para el hombre es no tener trabajo y no poder sentirse protagonista de su propia vida y parte activa de la sociedad en que vive. La pobreza que lleva a la marginalidad hace del pobre un ser sin esperanza. Hace de él alguien que está en la sociedad pero que no siente parte de ella y va creciendo con sus propios códigos. Terminamos siendo ajenos, extraños, en nuestra propia casa. Por otra parte, la misma sociedad que los excluye luego, con cierto cinismo, lo juzga en sus fragilidades, incapacidades y consecuencias. Este hecho reclama algo más que actitudes testimoniales individuales, que siempre son necesarias porque elevan la vida moral de la sociedad, me refiero a la necesidad de planes de largo alcance que supone políticas que superan el alcance de un gobierno, porque pertenecen a la nación como Estado. Esta es otra de las pobrezas de nuestra querida Patria.
Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, la bendición de Dios que es Padre de todos.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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